Universidad Miguel de Cervantes

EL COMUNITARISMO DEL QUIJOTE

EL COMUNITARISMO DEL QUIJOTE

José Pérez Adán

José Pérez Adán, Sociólogo comunitaro, licenciado por la Universidad de Valencia y doctorado por Macquarie University. Actualmente es profesor de Sociología en la Universidad de Valencia

Este trabajo trata de verificar la ausencia del ethos individualista, característico de la cultura moderna, en El Quijote y subraya más bién su carácter comunitarista. El artículo repasa las similitudes y concordancias entre el texto cervantino y la ideología comunitarista tomando cuatro puntos de referencia: la virtud social de la sobriedad, la propuesta de la suficiencia que supone la igualdad, la responsabilidad solidaria, y la idea comunitaria de justicia. En el trabajo se defiende la bondad tanto de la teoría comunitarista como de la ideología sociopolítica del Quijote que se proponen como contraste saludable de las connotaciones excluyentes de la cultura moderna.

Aunque los plurales alegran la convivencia, hemos preferido usar en el título el término comunitarismo en singular. La razón está en que nos referimos a un comunitarismo concreto. Se trata del comunitarismo de Amitai Etzioni, de la Tercera Vía, del que buscan sin encontrar los protestantes de la globalización, y del que echan de menos los que hastiados por tanta indiferencia deciden empeñar su tiempo en tareas de solidaridad. Hablamos, pues, de un comunitarismo militante contra los excesos teóricos y prácticos de una racionalidad económica que afirma que la búsqueda y disfrute del propio beneficio resume de manera precisa eso que llamamos lucidez humana.

Aunque no vamos a exponer de modo programático los fundamentos teóricos y prácticos del comunitarismo, pues ello escapa a las posibilidades de ensanche del espacio asignado, sí que queremos dejar constancia al inicio de una aclaración que nos parece pertinente hacer ahora y de la hipótesis que defendemos. La aclaración es que contrariamente a lo mantenido por cierta divulgación mediática no muy versada en las precisiones académicas, el comunitarismo no se opone, en el sentido de que se presente como su contrario, al liberalismo. Lo opuesto al comunitarismo es el individualismo y en concreto la suposición individualista de que la soberanía o los derechos del individuo son incompatibles con la soberanía y los derechos de las sociedades intermedias, también llamadas comunidades. Por lo que se refiere a la hipótesis de este trabajo, se trata de verificar la ausencia del ethos individualista moderno en El Quijote y subrayar más bién su carácter comunitarista.

Iremos glosando las caracteristicas principales del comunitarismo al tiempo que revisamos cómo se verifica en las páginas del Quijote. Creemos que Cervantes nos será muy útil para resaltar y valorar las diferencias y para estudiar la contraposición entre individualismo y comunitarismo como paradigmas excluyentes de vida en común. En El Quijote podemos encontrar abundantes ejemplos de esta dicotomía contemporánea entre individuo y comunidad. Usaremos el discurso cervantino para ilustrar los valores y las actitudes comunitaristas básicas siguiendo el hilo de los cuatro puntos que hemos elegido para enmarcar nuestro análisis: la virtud social de la sobriedad, la propuesta de la suficiencia que supone la igualdad, la responsabilidad solidaria, y la idea comunitaria de justicia.

1.- LA VIRTUD SOCIAL DE LA SOBRIEDAD

Una de las propuestas comunitaristas básicas es la de la jerarquía de los valores. Los comunitaristas piesan que en el hecho social unos valores son más importantes que otros, no en el sentido de que la jerarquía y el orden valorativos sean inamovibles o inmutables sino en el sentido de que uno puede equivocarse a la hora de establecer las precedencias: “a” puede ser mejor que “b” independientemente de que para mí “b” sea mejor que “a”. Así, yo estaré equivocado si pienso que la propiedad (o tal propiedad) puede tener más valor que la vida (o tal vida) pues la vida (todas las vidas humanas) tienen un valor superior a la propiedad (cualquier propiedad). Para mí –ahora se dice mucho esto de “para mí” al hablar de valores – la esclavitud puede ser un valor, pero la esclavitud no es un valor y si yo pienso que sí, yerro.

Esta contundencia en la afirmación de que no todos los valores (y por supuesto, no todos los derechos) tienen la misma importancia, es fundamental para el comunitarismo. Aquí está precisamente la razón de ser y de reconocer a las comunidades, que es una razón social y moral: es compartir las jerarquías valorativas que hacen referencia a la vida en comunidad. Por eso lo más opuesto al comunitarismo es el individualismo. Para los individualistas es muy difícil escapar del relativismo valorativo y rechazan, por tanto, el reconocimiento ordenado de los valores. En cuestión de valores, los individualistas suelen ser subjetivos.

Pues bien, el pensamiento comunitarista descubre un valor importante (alto en la jerarquía valorativa) en el ejercicio de la virtud de la sobriedad. Naturalmente esto es un despropósito para la cultura dominante de la acumulación materialista que le dice al sobrio: “usted es tonto”, o sea, “si usted pudiendo tener más, tiene menos solo puede ser por dos motivos: porque le gusta tener menos o porque es tonto”. Aquí falla el argumento del acaparador pues hay otros posibles motivos. Uno de ellos, que es el que nos interesa en este trabajo, es la razón social. Se debe ser sobrio porque es más social serlo, porque es mejor para todos, incluyéndose uno, que uno lo sea.

La sobriedad tiene, por tanto, una razón comunal. El sobrio piensa en plural y por eso dice que todos tenemos más si todos tenemos menos siendo ese más no ya lo que dejo de tener yo sino lo que gano sintiéndome parte, siendo más nosotros y menos yo.

Es en este sentido en el que la razón social del comportamiento virtuoso, del comportamiento sobrio en este caso, descubre al sujeto colectivo que el individualismo ignora: la comunidad. La comunidad no son “los otros”; la comunidad somos el nosotros al que nos referimos cuando decimos “nuestra cultura”, o cuando, más precisamente, hablamos de “nuestros hijos” y de “nuestro tiempo”. La comunidad es un sujeto incluyente con vida histórica y al que, por tanto, se puede añorar cuando se nota su ausencia. Esto es lo que hace Don Quijote cuando Cervantes, en el capítulo 11 de la primera parte de la novela, pone en boca del hidalgo manchego estas palabras con las que el de la triste figura explicaba a los cabreros qué era aquello de la caballería andante:

-Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquiera mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas, sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para la defensa de las inclemencias del cielo. Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia: aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre; que ella, sin ser forzada, ofrecía, por todas las partes de su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían. Entonces sí que andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero, en trenza y en cabello, sin más vestidos de aquéllos que eran menester para cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra, y no eran sus adornos de los que ahora se usan, a quien la púrpura de Tiro y la por tantos modos martirizada seda encarecen, sino de algunas hojas verdes de lampazos y yedra, entretejidas, con lo que quizá iban tan pomposas y compuestas como van agora nuestras cortesanas con las raras y peregrinas invenciones que la curiosidad ociosa les ha mostrado. Entonces se decoraban los concetos amorosos del alma simple y sencillamente, del mesmo modo y manera que ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos. No había la fraude, el engaño ni la malicia mezclándose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus proprios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar, ni quién fuese juzgado. Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por dondequiera, solas y señoras, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento le menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y propria voluntad. Y agora, en estos nuestros detestables siglos, no está segura ninguna, aunque la oculte y cierre otro nuevo laberinto como el de Creta; porque allí, por los resquicios o por el aire, con el celo de la maldita solicitud, se les entra la amorosa pestilencia y les hace dar con todo su recogimiento al traste. Para cuya seguridad, andando más los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos. Desta orden soy yo, hermanos cabreros, a quien agradezco el gasajo y buen acogimiento que hacéis a mí y a mi escudero. Que, aunque por ley natural están todos los que viven obligados a favorecer a los caballeros andantes, todavía, por saber que sin saber vosotros esta obligación me acogistes y regalastes, es razón que, con la voluntad a mí posible, os agradezca la vuestra.”

No cabe duda que este discurso quijotesco se enmarca en toda una tradición que no pocos autores han certificado como genuinamente católica y por eso comunitaria y por eso española. Así, Menéndez Pidal en su “Los españoles en la literatura II” afirma que “el rasgo del temperamento español cuya permanencia consta mejor a través de los siglos es la sobriedad, que ya Trogo Pompeyo, el penetrante analizador del hombre ibérico, notaba como algo recio y extremoso: dura et adscricta parsimonia”.

La sobriedad, decíamos, implica una libre afirmación o prioridad del nosotros sobre el yo. Entronca pues la sobriedad con el olvido de sí, que tan profusamente ha sido comentado por la literatura mística española. El olvido de sí es el olvido del yo: la armonía o la alegría de la relación que hace poner en un segundo plano la reivindicación personal. Así, el buen Sancho, con la alegría de la camaradería que le unía a su señor podía sobrellevar las durezas del peregrinaje itinerante:

Con esto andaba tan solícito y tan contento que se le olvidaba la pesadumbre de caminar a pie.” (1, 29).

La sobriedad resulta en el respeto. La razón de ser de la paz en común es precisamente el respeto, mientras que el agravio, cuando no la violencia, vienen tras la irrespetuosa pretensión de abusar del privilegio. Para el individualismo el yo mismo es un privilegio y como John Gray defiende de manera harto obtusa (vid. Las dos caras del liberalismo, Paidos, 2001), si la paz liberal es lo mismo que la coexistencia pacífica y el pacto entre individuos soberanos, las posiciones de fuerza no pueden tener otro resultado que el abuso permanente. Frente al peligro de la multiplicación de abusos hay que anteponer el respeto al otro en la medida en que el otro forma parte del nosotros común y de las relaciones que lo sustentan.

En un pasaje iluminador para nuestra época, don Quijote, muestra fortaleza ante la solicitud banal, precisamente argumentando desde el respeto a lo común:

-Lástima os tengo, fermosa señora, de que hayades puesto vuestras amorosas mientes en parte donde no es posible corresponderos conforme merece vuestro gran valor y gentileza; de lo que no debéis dar culpa a este miserable andante caballero, a quien tiene Amor imposibilitado de poder entregar su voluntad a otra que aquella que en el punto que sus ojos la vieron, la hizo señora absoluta de su alma. Perdonadme, buena señora, y recogeos en vuestro aposento, y no queráis con significarme más vuestros deseos que yo me muestre más desagradecido; y si del amor que me tenéis halláis en mí otra cosa con que satisfaceros que el mismo amor no sea, pedídmela; que yo os juro por aquella ausente enemiga dulce mía de dárosla encontinente, si bien me pidiésedes una guedeja de los cabellos de Medusa, que eran todos culebras, o ya los mesmos rayos del sol, encerrados en una redoma.” (1, 43)

La sobriedad es virtud sin prisa. El paso del tiempo en comunidad dura más que el paso del tiempo en la biología individual. El nosotros vive muchos más años que el yo y cuando cada uno nace ya vive el nosotros que sigue viviendo cuando morimos. Por eso la diacronía hace comunidad en la relación comunicativa entre una generación y la siguiente. Quizá por eso también el individualismo tiene prisa. Prisa para la acumulación y prisa para el triunfo (que a veces se identifican). Michel Maffesoli habla (vid. El instante eterno, Paidos, 2001) de la intensidad de los instantes en la cultura moderna del apremio. Es, en su opinión, la vuelta de aquella tragedia griega que tiene al destino por protagonista. El destino es el presente puro, el presente que no se hace esperar sino que viene y se presenta de repente porque en algún sitio está escrito y ante ello los esfuerzos por programar un futuro resultan efímeros.

El aprecio cervantino por la sobriedad es, sin embargo, una apuesta de futuro: el ahorro presente que deviene en un futuro mejor. Un futuro que se espera, se hace, se prepara y en el que algo tiene que ver el comedimiento y el ejercicio de la virtud. Así, don Quijote aconseja a Sancho, futuro gobernador de Barataria:

Anda despacio; habla con reposo; pero no de manera, que parezca que te escuchas a ti mismo; que toda afectación es mala.

Come poco y cena más poco; que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago. Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secreto, ni cumple palabra. Ten cuenta, Sancho, de no mascar a dos carrillos, ni de erutar delante de nadie.” (2, 43)

La sobria contención tiene razón en la libre dependencia. Poco se ha escrito sobre la dependencia humana y la libertad se ha confundido muchas veces con la independencia. Esto no es más que un devaneo neoclásico (neoliberal) que viene a no considerar racional al libre que eligiese conscientemente depender de otros. Acertadamente Alasdair Macintyre, reputado por otros como comunitarista, ha calificado a los humanos como animales racionales dependientes, dejando claro que es precisamente en la libre dependencia (de uno con otros en comunidad) donde se conservan y transmiten las virtudes. Quizá por esto y no sin cierta ironía el texto cervantino exhorta a la contención y a la alerta vigilancia:

-No entiendo eso -replico Sancho-: sólo entiendo que en tanto que duermo, ni tengo temor, ni esperanza, ni trabajo ni gloria; y bien haya el que inventó el sueño, capa que cubre todos los humanos pensamientos, manjar que quita la hambre, agua que ahuyenta la sed, fuego que calienta el frío, frío que templa el ardor, y, finalmente, moneda general con que todas las cosas se compran, balanza y peso que iguala al pastor con el rey y al simple con el discreto. Sola una cosa tiene mala el sueño, según he oído decir, y es que se parece a la muerte, pues de un dormido a un muerto hay muy poca diferencia.” (2, 68)

Si hay un recurso literario común a muchos autores clásicos españoles, ése es el de la estrecha senda. La estrecha senda es el camino a la cumbre; es un camino áspero y pedregoso, sin duda sacrificado, pero es el camino que conduce a la meta. Dirigirse por otros senderos o avenidas llenas de regalo y providencias no conduce a la meta y luz de la cumbre sino al perdido y oscuro valle. La sobriedad forma parte de los inconvenientes del estrecho trazado de la senda y es, por tanto, condición también del goce de la meta. La estrecha senda es la apuesta por el futuro en detrimento del presente, es la elección por los demás antes que por uno, es la confirmación del sentido de la vida y la posibilidad de acceder a un mundo mejor. La sobriedad que afronta las precariedades del camino es, en este sentido, una muestra de la fe en el progreso, una fe que da razón de los esfuerzos y que da sentido a los cansancios. Se trata de un argumento de trascendencia. En la comunidad los individuos trascendemos: la vida en común no se acaba con uno. Sin embargo, para el individualismo el yo es la meta: el camino es en sí la vida y no conduce a nada distinto del mismo camino. Por eso, don Quijote se expresa así:

soy y caballero he de morir si place al Altísimo. Unos van por el ancho campo de la ambición soberbia; otros, por el de la adulación servil y baja; otros, por el de la hipocresía engañosa, y algunos, por el de la verdadera religión; pero yo, inclinado de mi estrella, voy por la angosta senda de la caballería andante, por cuyo ejercicio desprecio la hacienda; pero no la honra. Yo he satisfecho agravios, enderezado tuertos, castigado insolencias, vencido gigantes y atropellado vestiglos; yo soy enamorado, no más de porque es forzoso que los caballeros andantes lo sean; y siéndolo, no soy de los enamorados viciosos, sino de los platónicos continentes. Mis intenciones siempre las enderezo a buenos fines, que son de hacer bien a todos y mal a ninguno: si el que esto entiende, si el que esto obra, si el que desto trata merece ser llamado bobo, díganlo vuestras grandezas, Duque y Duquesa excelentes.” (2, 32)

Es este un tema central en el texto de Cervantes. No hay aquí desglose de caracteres y tanto el hidalgo como su escudero se afanan en dejar bien claro que ellos no son gentes sin querencia que buscan su solo beneficio por encima del deber. Más bien al contrario, la estrecha senda consagra y aúna deberes y derechos como las dos caras de la misma moneda.

-Par Dios, señora -dijo Sancho-, que ese escrúpulo viene con parto derecho; pero dígale vuesa merced que hable claro, o como quisiere; que yo conozco que dice verdad: que si yo fuera discreto, días ha que había de haber dejado a mi amo. Pero ésta fue mi suerte, y ésta mi malandanza; no puedo más; seguirle tengo: somos de un mismo lugar; he comido su pan; quiérole bien; es agradecido; diome sus pollinos, y, sobre todo, yo soy fiel; y así, es imposible que nos pueda apartar otro suceso que el de la pala y azadón. Y si vuestra altanería no quisiere que se me dé el prometido gobierno, de menos me hizo Dios, y podría ser que el no dármele redundase en pro de mi conciencia; que maguera tonto, se me entiende aquel refrán de «por su mal le nacieron alas a la hormiga»; y aun podría ser que se fuese más aína Sancho escudero al cielo, que no Sancho gobernador. Tan buen pan hacen aquí como en Francia; y de noche todos los gatos son pardos; y asaz de desdichada es la persona que a las dos de la tarde no se ha desayunado; y no hay estómago que sea un palmo mayor que otro, el cual se puede llenar, como suele decirse, de paja y de heno; y las avecitas del campo tienen a Dios por su proveedor y despensero; y más calientan cuatro varas de paño de Cuenca que otras cuatro de límiste de Segovia; y al dejar este mundo y meternos la tierra adentro, por tan estrecha senda va el príncipe como el jornalero, y no ocupa más pies de tierra el cuerpo del Papa que el del sacristán, aunque sea más alto el uno que el otro; que al entrar en el hoyo todos nos ajustamos y encogemos, o nos hacen ajustar y encoger, mal que nos pese y a buenas noches.” (2, 33)

En síntesis la sobriedad asumida en libertad se presenta en el texto cervantino como una virtud de referencia y como condición de vida saludable para el conjunto. En el Quijote la fortuna importa poco; lo importante son las disposiciones y el ánimo con que se enfrenta uno a la vida y a los retos del tiempo, como bien muestra el hidalgo en la descripción de su misión de caballero y como también muestra el escudero en su tarea de gobernante. Encierra también la novela de las novelas una importante lección para nuestro tiempo: el desdén para con los agasajos pasajeros. Cuando la fortuna te da éxito (v.g.: Gran hermano y Operación triunfo) el resultado es indefectiblemente el autodesconocimiento: se trata de un engaño.

La pausada lectura del capítulo final del Quijote en la que Alonso Quijano en plena posesión de sus facultades, lúcido y cuerdo, reflexiona sobre su vida y dispone de su hacienda, proporciona lecciones de gran calado. La principal es el consejo del realismo sobre el que volveremos después. Realismo para ver en la virtud la riqueza y no dejarse engañar por las ambiciones de la adulación fácil y la posesión de imágenes que conforman una realidad de ficción. La recomendación cervantina de la sobriedad nos sugiere que la virtud no tiene recompensa visible y pronta sino que tiene una razón tracendente, más allá del sujeto que la practica, en la realización colectiva y que es ésta la razón por la que hay que intentar perseguirla. Buscar una recompensa visible y rápida para el esfuerzo realizado denota, las más de las veces, poca virtud.

En la aprobación a la segunda parte del Quijote, fechada en Madrid el 17 de Marzo de 1615, el maestro José de Valdivielso dice que Cervantes critica y propone “disimulando en el cebo del donaire el anzuelo de la reprensión”. La reprensión de vicios que hace el Quijote tiene una gran actualidad, máxime en un tiempo como el nuestro donde la insolidaridad individualista ha calado hasta borrar de la mente de muchos jóvenes el magno ideal de una vida austera y sobria a favor de los demás, en apuesta por el conjunto.

2.- LA IGUALDAD COMUNITARISTA

Uno de los mensajes centrales del comunitarismo es que la diversidad está en función de la unidad, en el sentido de que la pluralidad tiene su razón de ser en dotar a la unidad de la mayor calidad posible. El manifiesto auspiciado por el sociólogo norteamericano Amitai Etzioni, el más importante de los comunitaristas modernos, y presentado en Abril del 2002 sobre los problemas de inserción de inmigrantes en sociedades distintas a la suya, lleva por título precisamente Diversidad en la Unidad.

A la unidad se llega por la igualdad y la igualdad es una conquista humanista y cristiana refrendada en casi todos los textos constitucionales del mundo. Sin embargo, la realidad de la vida humana es que nunca hemos sido tan desiguales como lo somos ahora. Nunca antes las diferencias de riesgos y seguridades habían separado a la gente como se separan hoy en día en el planeta los que más tienen de los que menos y los que más viven de los que menos.

Hace ya más de cien años el maestro de sociólogos Thorstein Veblen en su controvertido La teoría de la clase ociosa, defendía que la acumulación de riqueza en los sectores sociales más pudientes tenía algo que ver con que al sector menos favorecido fuese tan difícil asegurarle la subsistencia. Que Veblen no estaba del todo en lo cierto vino a proclamarlo John Keynnes cuando en los años 30 del siglo pasado profetizó que el gran problema del futuro sería qué hacer con el tiempo que a uno le sobrará después de haber cubierto sus necesidades de subsistencia. Pero tampoco Keynes acertó ya que no se podía imaginar la capacidad humana para multiplicar la necesidad. Es reconociendo precisamente el crecimiento exponencial de la necesidad, como nuestro contemporáneo y admirado Hernando de Soto llega a la conclusión de que el problema de la humanidad no es la subsitencia sino la desiguadad: que aún siendo más ricos, si somos menos iguales somos más pobres. Este diagnóstico es un disagnóstico comunitarista y obvio es decirlo, todavía no ha calado lo suficiente como para poner en entredicho la cultura de la acumulación consumista actual.

Aquí la crítica comunitarista y la portura cervantina tienen mucho en común. Y es que si hoy en día tendemos a calibrar la igualdad en términos materiales, de cantidades (renta per cápita y capacidad adquisitiva), en el texto cervantino se nos habla más de calidades. Así, don Quijote y Sancho nos recuerdan que la igual consideración nace del corazón, del cariño y del respeto que tenemos a los demás:

honrados y estimados del mundo, quiero que aquí a mi lado y en compañía desta buena gente te sientes, y que seas una mesma cosa conmigo, que soy tu amo y natural señor; que comas en mi plato y bebas por donde yo bebiere: porque de la caballería andante se puede decir lo mesmo que del amor se dice: que todas las cosas iguala.

     -¡Gran merced! -dijo Sancho-; pero sé decir a vuestra merced que como yo tuviese bien de comer, tan bien y mejor me lo comería en pie y a mis solas como sentado a par de un emperador. Y aun, si va a decir verdad, mucho mejor me sabe lo que como en mi rincón sin melindres ni respetos, aunque sea pan y cebolla, que los gallipavos de otras mesas donde me sea forzoso mascar despacio, beber poco, limpiarme a menudo, no estornudar ni toser si me viene gana, ni hacer otras cosas que la soledad y la libertad traen consigo. Ansí que, señor mío, estas honras que vuestra merced quiere darme por ser ministro y adherente de la caballería andante, como lo soy siendo escudero de vuestra merced, conviértalas en otras cosas que me sean de más cómodo y provecho; que éstas, aunque las doy por bien recebidas, las renuncio para desde aquí al fin del mundo.

     -Con todo eso, te has de sentar; porque a quien se humilla, Dios le ensalza.” (1, 11)

Frente al individualismo, cuya igualdad se asienta en la autonomía, para el comunitarismo la igualdad se basa también en la relación. No ganamos nada siendo iguales pero extraños, mejor viviremos si, además, servimos con hechos al igual derecho que pueden tener los demás de ser felices. La igualdad no es un derecho pasivo sino que se hace con la acción:

-Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro.” (1, 18)

A este respecto, y observando que la gran mayoría de las desigualdades contemporáneas se deben no a que los pobres tengan menos sino a que los ricos tienen mucho más (a esto le llaman los economistas neoclásicos la creación de riqueza), se hace pertinente una reflexión sobre el desprendimiento y la elección de la pobreza, algo que tiene que ver bastante con la sobriedad que tratamos en punto anterior y que incide directamente en la igualdad pues pone sobre la mesa el tema de la insuficiencia. En definitiva, la desigualdad moderna que ha disparado el techo de los que más tienen es consecuencia de la pérdida de la suficiencia y de la incapacidad de poner coto a la fabricación de necesidades.

Para el paradigma comunitarista la riqueza es primero la riqueza de las relaciones sociales y no la contable o la calculable en base a los recursos. Es por ello que países como Suiza o Costa Rica son países ricos siendo pobres mientras que Argentina o Zaire son países pobres siendo ricos. Lo que constituye la riqueza de una sociedad es su solidaridad, sus instituciones, su paz y no la feracidad de sus tierras, la belicosidad de sus gentes o la largueza de sus caudales.

La pobreza aparece en este contexto con dos caras. Una es la pobreza como estado de necesidad vital y otra es la pobreza como virtud que nace de reconocer la suficiencia y de entender la igualdad en algo más que en las posesiones. Cervantes relata por boca de don Quijote la íntima relación que tienen la pobreza y el estudio y cómo la primera no es óbice para la adquisición de riqueza:

-Digo, pues, que los trabajos del estudiante son éstos: principalmente pobreza (no porque todos sean pobres, sino por poner este caso en todo el extremo que pueda ser); y en haber dicho que padece pobreza me parece que no había que decir más de su mala ventura; porque quien es pobre no tiene cosa buena. Esta pobreza la padece por sus partes, ya en hambre, ya en frío, ya en desnudez, ya en todo junto; pero, con todo eso, no es tanta, que no coma, aunque sea un poco más tarde de lo que se usa; aunque sea de las sobras de los ricos, que es la mayor miseria del estudiante esto que entre ellos llaman andar a la sopa; y no les falta algún ajeno brasero o chimenea, que, si no calienta, a lo menos, entibie su frío, y, en fin, la noche duermen debajo de cubierta. No quiero llegar a otras menudencias, conviene a saber, de la falta de camisas y no sobra de zapatos, la raridad y poco pelo del vestido, ni aquel ahitarse con tanto gusto, cuando la buena suerte les depara algún banquete. Por este camino que he pintado, áspero y dificultoso, tropezando aquí, cayendo allí, levantándose acullá, tornando a caer acá, llegan al grado que desean; el cual alcanzado, a muchos hemos visto que, habiendo pasado por estas sirtes y por estas Scilas y Caribdis como llevados en vuelo de la favorable fortuna, digo que los hemos visto mandar y gobernar el mundo desde una silla, trocada su hambre en hartura, su frío en refrigerio, su desnudez en galas y su dormir en una estera en reposar en holandas y damascos, premio justamente merecido de su virtud.” (1, 37)

En lo profundo de la idea igualitaria, al menos la que reconocemos pareja en el texto cervantino y en la propuesta comunitarista, late la libertad. Libertad para ser distintos sin dejar de seguir siendo humanos: distintos, diversos, diferentes, como consecuencia de ser más humanos. Este es el mensaje de la diversidad en la unidad: entender la libertad como fuerza de unión. Pero este es también en síntesis el debate moderno sobre la identidad. A la pregunta sobre quién amanaza hoy en día nuestra identidad, Vaclav Havel (cfr. El País, 20,V.2001) respondía que nosotros mismos, que es el interior del hombre y no las fuerzas externas a un colectivo lo que puede de manera efectiva y real acabar por deshumanizarlo. Es éste el sentido que proclamamos cuando decimos que lo humano nos iguala y, por tanto, nos une. En la desunión siempre hay falta de humanidad.

Estamos viendo la igualdad como un vehículo que garantiza reconocimiento y merecimiento no a través de la fortuna o de la hacienda sino a través de la virtud pues más humanos seremos cuanto más virtuosos nos descubramos. Y de entre las virtudes que más dicen de la igualdad dos hemos de traer a colación: la sencillez y la humildad.

Con respecto a la primera, dice don Quijote, no sin cierta gracia:

-Llaneza, muchacho: no te encumbres; que toda afectación es mala.” (2 26)

La sencillez mitiga los efectos nocivos de la alcurnia. Ciertamente en todo el texto cervantino se afirma con rotundidad aquí y acullá que la verdadera limpieza de sangre no sale de la cuna sino de la de la virtud. Sin la sencillez, valga la tautología, todo resulta complicado y como consecuencia no nos podemos entender entre nosotros.

La humildad está, por otro lado, ampliamente recomendada en el texto cervantino. Así en el capítulo 12 de la primera parte nos la muestra Sancho:

“ -Sí, que algo se me ha de pegar de la discreción de vuesa merced -respondió Sancho-; que las tierras que de suyo son estériles y secas, estercolándolas y cultivándolas vienen a dar buenos frutos: quiero decir que la conversación de vuesa merced ha sido el estiércol que sobre la estéril tierra de mi seco ingenio ha caído; la cultivación, el tiempo que ha que le sirvo y comunico; y con esto espero de dar frutos de mí que sean de bendición, tales, que no desdigan ni deslicen de los senderos de la buena crianza que vuesa merced ha hecho en el agostado entendimiento mío.”

Y más adelante nos dice don Quijote:

-No me parece mal esa humildad -respondió don Quijote-; porque no hay poeta que no sea arrogante y piense de sí que es el mayor poeta del mundo.” (1, 18)

El contraste de estas recomendaciones con el énfasis individualista en la competitividad y en el la consecución del éxito es notable. La mejor lucha o competición es la que se da con uno en la forja de la virtud que rinde beneficio colectivo en la medida en que esa forja se ofrece como excelente a todos y cada uno de los miembros del grupo por igual. La igualdad está aquí de nuevo en función de la unidad y se ve que la formación del carácter deba de tener bastante que ver con todo esto. Solo con riqueza de carácter se puede uno librar de la necesidad superflua y puede a su vez proponer esa liberación como una situación mejor que su contraria para el común de los mortales.

Necesitamos la humildad para librarnos, entre otras cosas, del compulsivo deber de sentirnos felices y consecuentemente proponernos ser mejores. En La euforia perpetua, (Paidos, 2001) Pascal Bruckner se refiere precisamente a esta traza de nuestro tiempo y aunque su receta no va más allá de un pasivo estoicismo, sí que apunta que distinguir los vicios como vicios es una manera estupenda de ayudar a los demás a librarse de ellos. En ello la escuela desempeña una misión insustituible.

Efectivamente, la educación en valores, la apuesta por las virtudes y por la formación del carácter, son pilares básicos en la propuesta comunitarista moderna. Para el Manifiesto Comunitarista, auspiciado por Etzioni en 1998, la escuela y en concreto la formación del carácter es uno de las tres reivindicaciones básicas del comunitarismo actual, junto con la calidad de vida familiar y la protección y reconocimiento de la comunidad vecinal.

A fin de cuentas venimos a recalar que asegurar a cada uno los resortes para el desarrollo de las propias capacidades es la mejor manera de apostar por la igualdad. En la educación, y en concreto en la educación del carácter en la sobriedad y para el ejercicio de la responsabilidad solidaria, de la que hablamos en el siguiente punto, está el secreto de una sociedad equilibrada, unida, y sana.

3.- LA RESPONSABILIDAD SOLIDARIA

Una de las facetas más agradables de la juventud moderna es su compromiso con la solidaridad. Ello es también una característica del ideario comunitarista. Quizá entre los lemas publicitarios de más éxito en los últimos años en las campañas recaudatorias a través de los medios de comunicación esté el utilizado por Manos Unidas: cambia tú para cambiar el mundo.

Que estamos en un mundo que necesita cambio no ofrece ninguna duda. En el Quijote el cambio se propone como entrega de sí, como cambio de uno, y en este sentido está muy en la línea del lema publicitario mencionado y de la moda solidaria. A diferencia de esta última, sin embargo, la entrega quijotesca no es de quita y pon sino que tiene vocación de compromiso de por vida. Y es que la solidaridad como moda pasajera tiene tintes individualistas (el verse bien mirado o el mirarse bien). Sin embargo la voluntad de cambio que impregna el Quijote es totalmente anulatorio: supone la anulación del yo en un compromiso de solidaridad permanente (responsable) y por eso se puede calificar de comunitarista en la medida en que el comunitarismo se presenta como una propuesta alternativa de entender la sociedad y las relaciones humanas.

Nos dice el hidalgo:

-La profesión de mi ejercicio no consiente ni permite que yo ande de otra manera. El buen paso, el regalo y el reposo, allá se inventó para los blandos cortesanos; mas el trabajo, la inquietud y las armas sólo se inventaron e hicieron para aquéllos que el mundo llama caballeros andantes, de los cuales yo, aunque indigno, soy el menor de todos.” 

Y continúa en diálogo con Vivaldo uno de los gentilhombres de a caballo:

-Paréceme, señor caballero andante, que vuestra merced ha profesado una de las más estrechas profesiones que hay en la tierra, y tengo para mí que aun la de los frailes cartujos no es tan estrecha.

     -Tan estrecha bien podía ser -respondió nuestro don Quijote-; pero tan necesaria en el mundo no estoy en dos dedos de ponello en duda. Porque, si va a decir verdad, no hace menos el soldado que pone en ejecución lo que su capitán le manda que el mesmo capitán que se lo ordena. Quiero decir que los religiosos, con toda paz y sosiego, piden al cielo el bien de la tierra; pero los soldados y caballeros ponemos en ejecución lo que ellos piden, defendiéndola con el valor de nuestros brazos y filos de nuestras espadas, no debajo de cubierta, sino al cielo abierto, puestos por blanco de los insufribles rayos del sol en verano y de los erizados yelos del invierno. Así, que somos ministros de Dios en la tierra.” (1, 13)

La naturaleza del cambio de actitud, de una actitud pasiva y regalada a un compromiso serio y solidario por los demás, tiene para don Quijote un rasgo vocacional, como si fuese una llamada de Dios. El reto de la responsabilidad contemporánea no supone, a nuestro juicio, una demanda menor. Individualismo y comunitarismo son dos polos opuestos y la realidad de la insolidaridad que manifiesta la desigualdad y la ambición de triunfo y de éxito individual están a años luz de un estilo de vida responsable y solidario en una sociedad solidaria.

El compromiso comunitarista, que es heredero, al menos por via fundacional en la persona de Amitai Etzioni, de los planteamientos antineoclásicos de la socioeconomía, emparenta con la solidaridad y se posiciona como alternativa a la competitividad que abraza el neoliberalismo. No podemos, por mor de que muchos lo hagan, hacer esclavos de nuestra terminología a los que nos han precedido. Lejos de nosotros afirmar, como hace hasta la extenuación Luis Larroque (vid. La ideología y el humanismo de Cervantes, Biblioteca Nueva, 2001), que Cervantes era progresista (y por tanto de izquierdas). Pero sí que anotamos que el comunitarismo como planteamiento ideológico apuesta por las soberanías intermedias y, por tanto, está alejado de los credos liberales que solo reconocen la soberanía de derecho del individuo adulto y la soberanía de coacción del estado legitimado. En este contexto, la solidaridad es una reivindicación comuntarista de base que debe ser ejercida y alentada por, para y desde todos los sujetos sociales (estado, comunidades o sociedades intermedias e individuos).

Vemos que en el texto cervantino la acción se desarrolla con resolución misional fruto de un compromiso responsable y permanente. La resolución quijotesca es una asunción de responsabilidad. Una responsabildad que el protagonista asume como propia y que no descarga en el clérigo o en los roles clásicos de mediación sino en la profesión de caballero activo que incluso demanda del religioso que no se salga del lugar que le corresponde ni siquiera para perseguir el bien, como muestra el pasaje de la multitud de encamisados de noche en el yermo:

-Harto rendido estoy, pues no me puedo mover, que tengo una pierna quebrada: suplico a vuestra merced, si es caballero cristiano, que no me mate; que cometerá un gran sacrilegio: que soy licenciado y tengo las primeras órdenes.

   -Pues, ¿quién diablos os ha traído aquí -dijo don Quijote-, siendo hombre de Iglesia?” (1, 19)

De cualquier forma la responsabilidad adquirida en el compromiso personal es, para don Quijote, tan nítida como una expresa voluntad divina, aunque ésta se manifieste por medios muy ordinarios como una calentura mortal que le libera de demandar justicia al muerto:

“ -Desa suerte -dijo don Quijote-, quitado me ha nuestro Señor del trabajo que había de tomar en vengar su muerte, si otro alguno le hubiera muerto; pero habiéndole muerto quien le mató, no hay sino callar y encoger los hombros, porque lo mesmo hiciera si a mí mismo me matara. Y quiero que sepa vuestra reverencia que yo soy un caballero de la Mancha, llamado don Quijote, y es mi oficio y ejercicio andar por el mundo enderezando tuertos y desfaciendo agravios.” (1, 19)

Cervantes no ceja de mostrar a lo largo de la novela que el compromiso solidario es un compromiso de carácter trascendente en el que el sujeto no es ya un mero yo sino un nosotros cimentado en razones de peso que se adivinan en las formas y se concreta en la lealtad. La lealtad es precisamente la perseverancia en el compromiso (un compromiso revolucionario en este caso) y es una de las virtudes quijotescas más bellamente descritas:

Seguíale Sancho a pie, llevando, como tenía de costumbre, del cabestro a su jumento, perpetuo compañero de sus prósperas y adversas fortunas; y habiendo andado una buena pieza”. (1, 20)

La misión de don Quijote, en definitiva lo que alimenta su celo y compomiso, y quizá no podría ser de otra forma, es al amor. Un amor razonado y razonable como hemos visto, pero amor en definitiva. Se trata de un aspecto que, aún cuando pueda parecer obvio, es necesario resaltar y que tiene su interés para el tema que estamos tratando. Con este diálogo entre nuestros protagonistas, remacha Cervantes la importancia de las razones morales:

Porque has de saber que en este nuestro estilo de caballería es gran honra tener una dama muchos caballeros andantes que la sirvan, sin que se extiendan más sus pensamientos que a servilla por sólo ser ella quien es, sin esperar otro premio de sus muchos y buenos deseos sino que ella se contente de acetarlos por sus caballeros.

     -Con esa manera de amor -dijo Sancho- he oído yo predicar que se ha de amar a Nuestro Señor, por sí solo, sin que nos mueva esperanza de gloria o temor de pena. Aunque yo le querría amar y servir por lo que pudiese.” (1, 31)

La racionalidad del amor desinteresado ha sido contestada más de una vez por el paradigma económico neoclásico y el mismo Etzioni en su The Moral Dimension (The Free Press, 1988), quizá su obra más emblemática, ha tenido que defender la racionalidad de los compromisos morales. Este discurso etziniano, que es el que da origen a la Socioeconomía como alternativa a la economía neoclásica, es el mismo que más tarde revitaliza el comunitarismo y da origen a la red comunitarista (Communitarian Network) en los Estados Unidos y a varias asociaciones académicas en otros países. Las razones y los compromisos morales, en la medida en que suponen la posibilidad de proponer los mejor, están en la base de cualquier propuesta de cambio.

Otro aspecto pertinente del aspecto solidario de la relación social que defiende el comunitarismo y que se manifiesta también en el Quijote es la gratuidad. La gratuidad es lo opuesto al beneficio neoclásico e individualista. La gratuidad se asume en dádivas que no tienen precio o que tienen tanto valor que se regalan. En el texto cervantino, la gratuidad aparece como algo ordinario, cosa, por otra parte no extraña si nos fijamos en que la gran mayoría de las transacciones solidarias hoy en día son gratuitas, máxime las que tienen lugar en la familia. El siguiente diálogo entre hidalgo y escudero que aparece en el capítulo 7 de la parte segunda es revelador al respecto:

-Y tan entendido -respondió don Quijote-, que he penetrado lo último de tus pensamientos, y sé al blanco que tiras con las inumerables saetas de tus refranes. Mira, Sancho: yo bien te señalaría salario, si hubiera hallado en alguna de las historias de los caballeros andantes ejemplo que me descubriese y mostrase por algún pequeño resquicio qué es lo que solían ganar cada mes, o cada año; pero yo he leído todas o las más de sus historias, y no me acuerdo haber leído que ningún caballero andante haya señalado conocido salario a su escudero; sólo sé que todos servían a merced, y que cuando menos se lo pensaban, si a sus señores les había corrido bien la suerte, se hallabn premiados con una ínsula, o con otra cosa equivalente, y, por lo menos quedaban con título y señoría. Si con estas esperanzas y aditamentos vos, Sancho, gustáis de volver a servirme, sea en buena hora; que pensar que yo he de sacar de sus términos y quicios la antigua usanza de la caballería andante es pensar en lo escusado. Así que, Sancho mío, volveos a vuestra casa y declarad a vuestra Teresa mi intención; y si ella gustare y vos gustéredes de estar a merced conmigo, bene quidem; y si no, tan amigos como antes”

A lo que responde el escudero:

-Sí digno -respondió Sancho, enternecido y llenos de lágrimas los ojos; y prosiguió-: No se dirá por mí, señor mío, el pan comido y la compañía deshecha; sí, que no vengo yo de alguna alcurnia desagradecida, que ya sabe todo el mundo, y especialmente mi pueblo, quién fueron los Panzas, de quien yo deciendo, y más, que tengo conocido y calado por muchas buenas obras, y por más buenas palabras, el deseo que vuesa merced tiene de hacerme merced; y si me he puesto en cuentas de tanto más cuanto acerca de mi salario, ha sido por complacer a mi mujer; la cual cuando toma la mano a persuadir una cosa, no hay mazo que tanto apriete los aros de una cuba como ella aprieta a que se haga lo que quiere; pero, en efeto, el hombre ha de ser hombre, y la mujer, mujer; y pues yo soy hombre dondequiera, que no lo puedo negar, también lo quiero ser en mi casa, pese a quien pesare; y así no hay más que hacer sino que vuesa merced ordene su testamento con su codicilo, en modo que no se pueda revolcar, y pongámonos luego en camino, porque no padezca el alma del señor Sansón, que dice que su conciencia le lita que persuada a vuesa merced a salir vez tercera por ese mundo; y yo de nuevo me ofrezco a servir a vuesa merced fiel y legalmente, tan bien y mejor que cuantos escuderos han servido a caballeros andantes en los pasados y presentes tiempos.”

En el compromiso de trabajar a merced se supone la entrega solidaria. En el caso de que este compromiso responsable de cambiar para cambiar el mundo se oferte de por vida, como ocurre en las religiosas misioneras por ejemplo, se hace creíble y se confirma el alejamiento de todo afán de protagonismo individualista. Se entiende también que este compromiso, sincero y por tanto radical, lleve parejo un indisimulado afán proselitista. En el caso del Quijote, este afán también está presente. Es, sin duda alguna, consecuencia de la certeza de que en la jerarquía valorativa el cambio propuesto es mejor que la inercia y que lo que se pretende es una transformación de cabo a rabo. Dice don Quijote:

-Señor Roque, el principio de la salud está en conocer la enfermedad y en querer tomar el enfermo las medicinas que el médico le ordena: vuesa merced está enfermo, conoce su dolencia, y el cielo, o Dios, por mejor decir, que es nuestro médico, le aplicará medicinas que le sanen, las cuales suelen sanar poco a poco, y no de repente y por milagro; y más, que los pecadores discretos están más cerca de enmendarse que los simples; y, pues vuesa merced ha mostrado en sus razones su prudencia, no hay sino tener buen ánimo y esperar mejoría de la enfermedad de su conciencia; y si vuesa merced quiere ahorrar camino y ponerse con facilidad en el de su salvación, véngase conmigo; que yo le enseñaré a ser caballero andante, donde se pasan tantos trabajos y desventuras, que, tomándolas por penitencia, en dos paletas le pondrán en el cielo.” (2, 60)

La libertad en la iniciativa y la responsabilidad en las consecuencias de la acción emprendida van siempre juntas. Al contrario que en las reivindicaciones de algún socialismo mohíno que reclama libertades individuales y propone a cambio responsabilidades públicas, en el texto cervantino, y en ello, también el comuntarismo, al menos el de corte etziniano que aparece en la publicación oficial The Responsive Community, se apecha con la responsabilidad de la libertad. El clamor irreverente del “para mí la libertad, para el estado la responsabilidad”, vacía la libertad de la madurez que se le supone y que la dignifica.

El caballero andante de la novela de Cervantes es un tipo ciertamente revolucionario en el sentido de que aúna visión, riesgo y fuerza, pero, sobretodo, en el sentido también de que se compromete en el resultado y no se disocia a sí mismo de la comunidad en la que vive. El por qué y el para qué de la acción tienen una referencia social ajena a la satisfacción personal. Las dificultades de la vida quijotesca no pueden entenderse desde el aislamiento social:

y desta manera cumplirá con sus precisas obligaciones; pero el andante caballero busque los rincones del mundo; éntrese en los más intricados laberintos; acometa a cada paso lo imposible; resista en los páramos despoblados los ardientes rayos del sol en la mitad del verano, y en el invierno la dura inclemencia de los vientos y de los yelos; no le asombren leones, ni le espanten vestiglos, ni atemoricen endriagos, que buscar éstos, acometer aquéllos y vencerlos a todos son sus principales y verdaderos ejercicios. Yo, pues, como me cupo en suerte ser uno del número de la andante caballería, no puedo dejar de acometer todo aquello que a mí me pareciere que cae debajo de la juridición de mis ejercicios; y así, el acometer los leones que ahora acometí derechamente me tocaba, puesto que conocí ser temeridad exorbitante, porque bien sé lo que es valentía, que es una virtud que está puesta entre dos extremos viciosos, como son la cobardía y la temeridad; pero menos mal será que el que es valiente toque y suba al punto de temerario que no que baje y toque en el punto de cobarde; que así como es más fácil venir el pródigo a ser liberal que al avaro, así es más fácil dar el temerario en verdadero valiente que no el cobarde subir a la verdadera valentía; y en esto de acometer aventuras, créame vuesa merced, señor don Diego, que antes se ha de perder por carta de más que de menos, porque mejor suena en las orejas de los que lo oyen «el tal caballero es temerario y atrevido» que no «el tal caballero es tímido y cobarde».” (2, 17)

En el sentido de misión de don Quijote hay cierto halo de inevitabilidad. El hidalgo no puede fallar en el cometido a que se ve llamado, y no ya por él sino porque siendo tan pocos los que pueden desempeñar esa responsabilidad, sería imperdonable o de un elevado coste que un caballero andante dimitiese de su labor pues difícilmente podría ser sustituido. Vemos aquí la razón de compromiso social de la acción individual. Estamos ante un hueco social, un rol ausente, que se hace necesario asumir y que no viene elegido por la propia conveniencia o satisfacción sino por el beneficio colectivo que se supone en la adquisición del compromiso. Por eso el hidalgo se ve parte de un estamento vocacional no muy numeroso:

“ -Todo eso es así -respondió don Quijote-; pero no todos podemos ser frailes, y muchos son los caminos por donde lleva Dios a los suyos al cielo: religión es la caballería; caballeros santos hay en la gloria.

     -Sí -respondió Sancho-; pero yo he oído decir que hay más frailes en el cielo que caballeros andantes.

     -Eso es -respondió don Quijote- porque es mayor el número de los religiosos que el de los caballeros.

     -Muchos son los andantes -dijo Sancho.

     -Muchos -respondió don Quijote-; pero pocos los que merecen nombre de caballeros.” (2, 8)

En esto, las virtudes que encarna el compromiso de entrega a la misión que Cervantes dibuja para el hidalgo manchego, distan mucho de ser las que propone la superespecialización moderna, sobre todo cuando esta especialización no está justificada en base a criterios de razón social. Nos referimos específicamente al oportunismo. El oportunismo tiene tras sí el peso de la razón mercantil, lo cual no es una lacra si al mismo tiempo se observa algún tipo de condicionante diacrónico (más a largo plazo) que dé razón o justifique la inversión que el todo social hace al reconocer un éxito. En el más puro estilo comunitarista ese todo social, en la medida en que las comunidades viven más que las personas, debería tomar en consideración las futuras generaciones y con esa perspectiva debería de juzgarse la idoneidad y acierto en la especialización. El comunitarista toma en consideración la permanencia del bien empredido o reconocido (diacronía) mientras que el individualista no se ve coaccionado más que por el estado (sincronía) frente a las decisiones sobre su especialización que puedan afectar a las generaciones futuras Pero veamos lo que nos dice nuestro protagonista sobre la suya:

-Es una ciencia -replicó don Quijote- que encierra en sí todas o las más ciencias del mundo, a causa que el que la profesa ha de ser jurisperito, y saber las leyes de la justicia distributiva y comutativa, para dar a cada uno lo que es suyo y lo que le conviene; ha de ser teólogo, para saber dar razón de la cristiana ley que profesa, clara y distintamente, adonde quiera que le fuere pedido; ha de ser médico y principalmente herbolario, para conocer en mitad de los despoblados y desiertos las yerbas que tienen virtud de sanar las heridas; que no ha de andar el caballero andante a cada triquete buscando quien se las cure; ha de ser astrólogo, para conocer por las estrellas cuántas horas son pasadas de la noche, y en qué parte y en qué clima del mundo se halla; ha de saber las matemáticas, porque a cada paso se le ofrecerá tener necesidad dellas; y dejando aparte que ha de estar adornado de todas las virtudes teologales y cardinales, decendiendo a otras menudencias, digo que ha de saber nadar como dicen que nadaba el peje Nicolás, o Nicolao; ha de saber herrar un caballo y aderezar la silla y el freno; y volviendo a lo de arriba, ha de guardar la fe a Dios y a su dama; ha de ser casto en los pensamientos, honesto en las palabras, liberal en las obras, valiente en los hechos, sufrido en los trabajos, caritativo con los menesterosos, y, finalmente, mantenedor de la verdad, aunque le cueste la vida el defenderla.” (2, 18)

El compromiso de vida solidaria que estamos glosando no puede concebirse hoy en día sin una buena preparación intelectual y ello, a pesar de lo dicho sobre la apuesta genérica por la formación generalista, incluye también una mínima separación de roles como no podía ser de otra forma en una cultura comunitaria. Aquí el texto cervantino, como ya apuntamos con anterioridad al referirnos a la humildad, sopesa las ventajas colectivas que se derivan de una adecuada separación de tareas que no debe de desmbocar en una superespecialización alejada de todo humanismo:

-De todo sabían, y han de saber, los caballeros andantes, Sancho -dijo don Quijote-; porque caballero andante hubo en los pasados siglos que así se paraba a hacer un sermón o plática, en mitad de un campo real como si fuera graduado por la Universidad de París; de donde se infiere que nunca la lanza embotó la pluma, ni la pluma la lanza.” (1, 18)

En definitiva, la diferencia fundamental entre el paradigma individualista que embota la cultura moderna y la propuesta alternativa comunitarista en lo que se refiere a la realización humana radica en que mientras que el individualismo enfatiza la realización personal, el comunitarismo enfatiza la colectiva: se responde ante otros. La idea de que el sufrimiento no hace la desgracia ni la prosperidad la felicidad, se asienta sobre que quizá hay también otros puntos de referencia, además del propio. Sancho lo matiza muy bien cuando pone en perspectiva su labor como gobernador y juzga sobre cómo hemos de medir el éxito los humanos:

-Tan de valientes corazones es, señor mío, tener sufrimiento en las desgracias como alegría en las prosperidades; y esto lo juzgo por mí mismo, que si cuando era gobernador estaba alegre, agora que soy escudero de a pie, no estoy triste; porque he oído decir que esta que llaman por ahí Fortuna es una mujer borracha y antojadiza, y, sobre todo, ciega, y así, no vee lo que hace, ni sabe a quién derriba, ni a quién ensalza.” (2, 66)

4.- LA JUSTICIA COMUNITARISTA

Nos centramos ahora en la vida de relación formal, en lo que Cervantes llama la justicia distributiva y la justicia conmutativa que apunta en el discurso comunitarista a la legitimación y protección de los niveles de soberanía correspondientes a las sociedades intermedias, mayormente a la familia, y al estado. Para el comunitarismo, a diferencia de en el individualismo, los ámbitos privados (domésticos, por ejemplo) tienen responsabilidad pública. De ahí que en la propuesta familiar se maticen los óptimos en el sentido de cualificar los estilos de vida familiares según que repercutan mejor o peor en la vida y educación de los hijos y en la paz social. Del mismo modo, la soberanía del estado se verá como justificada no solo en razones de procedimiento (la democracia, por ejemplo) sino también en razones de respeto a los ámbitos legítimos de actuación de otras soberanías. Pero entremos también en el texto cervantino porque aquí la calidad de las citas hace difícil la selección.

Nuestro admirado colega Jesús Ballesteros, insigne maestro de teoría del derecho, no cesa en proclamar en todos los foros en los que tiene ocasión de hacerlo, la necesidad de reconocer la jerarquía de los derechos para garantizar la igualdad de las personas. De aquí se sigue, como él argumenta dentro de la mejor ortodoxia comunitarista, que el nivel de reconocimiento básico es el derecho a la vida. En este sentido también se dice que la muerte nos devuelve iguales por la igual calidad de lo que ella nos roba. Somos todos iguales en cuanto vivientes ante la ley, ante el derecho, ante el poder.

-Es el caso -replicó Sancho- que como vuesa merced mejor sabe, todos estamos sujetos a la muerte, y que hoy somos y mañana no, y que tan presto se va el cordero como el carnero, y que nadie puede prometerse en este mundo más horas de vida de las que Dios quisiere darle; porque la muerte es sorda, y cuando llega a llamar a las puertas de nuestra vida, siempre va de priesa y no la harán detener ni ruegos, ni fuerzas, ni ceptros, ni mitras, según es pública voz y fama, y según nos lo dicen por esos púlpitos.” (2, 7)

La familia comunitaria en una familia diacrónica en la que priman constitutivamente las relaciones verticales mediante las que se relacionan padres, hijos y nietos, sobre las relaciones verticales que contemplan la primacía, como algunos individualistas arguyen hasta la exajeración, de las relaciones de horizontalidad entre los individuos adultos. La diacronía en la relación paterno-filial es de suma importancia para la sociedad. En una cita un poco larga pero rica y exquisita, también por otras razones de actualidad, don Quijote nos habla sobre la liberalidad y la educación de los hijos, sobre la soberanía de los padres en la transmisión del uso de la lengua vernácula y sobre las costumbres y verdad de la vida de poeta, una loable profesión que los padres deben de saber presentar bien y proponer a sus hijos:

-Los hijos, señor, son pedazos de las entrañas de sus padres, y así, se han de querer, o buenos o malos que sean, como se quieren las almas que nos dan vida: a los padres toca el encaminarlos desde pequeños por los pasos de la virtud, de la buena crianza y de las buenas y cristianas costumbres, para que cuando grandes sean báculo de la vejez de sus padres y gloria de su posteridad; y en lo de forzarles que estudien esta o aquella ciencia no lo tengo por acertado, aunque el persuadirles no será dañoso; y cuando no se ha de estudiar para pane lucrando, siendo tan venturoso el estudiante, que le dio el cielo padres que se lo dejen, sería yo de parecer que le dejen seguir aquella ciencia a que más le vieren inclinado; y aunque la de la Poesía es menos útil que deleitable, no es de aquellas que suelen deshonrar a quien las posee. La Poesía, señor hidalgo, a mi parecer, es como una doncella tierna y de poca edad, y en todo extremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que son todas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se han de autorizar con ella; pero esta tal doncella no quiere ser manoseada, ni traída por las calles, ni publicada por las esquinas de las plazas ni por los rincones de los palacios. Ella es hecha de una alquimia de tal virtud, que quien la sabe tratar la volverá en oro purísimo de inestimable precio; hala de tener el que la tuviere a raya, no dejándola correr en torpes sátiras ni en desalmados sonetos; no ha de ser vendible en ninguna manera, si ya no fuere en poemas heroicos, en lamentables tragedias, o en comedias alegres y artificiosas; no se ha de dejar tratar de los truhanes, ni del ignorante vulgo, incapaz de conocer ni estimar los tesoros que en ella se encierran. Y no penséis, señor, que yo llamo aquí vulgo solamente a la gente plebeya y humilde; que todo aquel que no sabe, aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en número de vulgo; y así, el que con los requisitos que he dicho tratare y tuviere a la Poesía, será famoso y estimado su nombre en todas las naciones políticas del mundo. Y a lo que decís, señor, que vuestro hijo no estima mucho la poesía de romance, doime a entender que no anda muy acertado en ello, y la razón es ésta: el grande Homero no escribió en latín, porque era griego, ni Virgilio no escribió en griego, porque era latino. En resolución, todos los poetas antiguos escribieron en la lengua que mamaron en la leche, y no fueron a buscar las extranjeras para declarar la alteza de sus conceptos; y siendo esto así, razón sería se extendiese esta costumbre por todas las naciones, y que no se desestimase el poeta alemán porque escribe en su lengua, ni el castellano, ni aun el vizcaíno, que escribe en la suya. Pero vuestro hijo (a lo que yo, señor, imagino) no debe de estar mal con la poesía de romance, sino con los poetas que son meros romancistas, sin saber otras lenguas ni otras ciencias que adornen y despierten y ayuden a su natural impulso; y aun en esto puede haber yerro; porque, según es opinión verdadera, el poeta nace: quieren decir que del vientre de su madre el poeta natural sale poeta; y con aquella inclinación que le dio el cielo, sin más estudio ni artificio, compone cosas, que hace verdadero al que dijo: est Deus in nobis…, etcétera. También digo que el natural poeta que se ayudare del arte será mucho mejor y se aventajará al poeta que sólo por saber el arte quisiere serlo: la razón es porque el arte no se aventaja a la naturaleza, sino perficiónala; así que, mezcladas la naturaleza y el arte, y el arte con la naturaleza, sacarán un perfetísimo poeta.”

Y sigue don quijote sobre la liberalidad de la tarea educativa y la confianza en los hijos:

Sea, pues, la conclusión de mi plática, señor hidalgo, que vuesa merced deje caminar a su hijo por donde su estrella le llama; que siendo él tan buen estudiante como debe de ser, y habiendo ya subido felicemente el primer escalón de las ciencias, que es el de las lenguas, con ellas por sí mesmo subirá a la cumbre de las letras humanas, las cuales tan bien parecen en un caballero de capa y espada, y así le adornan, honran y engrandecen como las mitras a los obispos, o como las garnachas a los peritos jurisconsultos. Riña vuesa merced a su hijo si hiciere sátiras que perjudiquen las honras ajenas, y castíguele, y rómpaselas; pero si hiciere sermones al modo de Horacio, donde reprehenda los vicios en general, como tan elegantemente él lo hizo, alábele; porque lícito es al poeta escribir contra la invidia, y decir en sus versos mal de los invidiosos, y así de los otros vicios, con que no señale persona alguna; pero hay poetas que a trueco de decir una malicia, se pondrán a peligro que los destierren a las islas de Ponto. Si el poeta fuere casto en sus costumbres, lo será también en sus versos; la pluma es lengua del alma: cuales fueren los conceptos que en ella se engendraren, tales serán sus escritos; y cuando los reyes y príncipes veen la milagrosa ciencia de la Poesía en sujetos prudentes, virtuosos y graves, los honran, los estiman y los enriquecen, y aun los coronan con las hojas del árbol a quien no ofende el rayo, como en señal que no han de ser ofendidos de nadie los que con tales coronas veen honrados y adornadas sus sienes.” (2, 16)

Sobre las virtudes conyugales también nos habla el escritor de Alcalá. Los consejos del hidalgo para una buena relación esponsal son la fidelidad, la buena fama, el recato y la modestia, al tiempo que desdeña el buen partido (el dinero) y rechaza la maldad. Posición ésta que amén de ser del más elemental sentido común, vislumbra la relación esponsal en el marco contextual de una relación fructífera y permanente perfectamente compatible con la visión comunitarista de la familia como una sociedad intermedia soberana en la que prima la solidaridad sin imposiciones de género:

-Mirad, discreto Basilio -añadió don Quijote-: opinión fue de no sé qué sabio que no había en todo el mundo sino una sola mujer buena, y daba por consejo que cada uno pensase y creyese que aquella sola buena era la suya, y así viviría contento. Yo no soy casado, ni hasta agora me ha venido en pensamiento serlo; y, con todo esto, me atrevería a dar consejo al que me lo pidiese del modo que había de buscar la mujer con quien se quisiese casar. Lo primero, le aconsejaría que mirase más a la fama que a la hacienda; porque la buena mujer no alcanza la buena fama solamente con ser buena, sino con parecerlo; que mucho más dañan a las honras de las mujeres las desenvolturas y libertades públicas que las maldades secretas. Si traes buena mujer a tu casa, fácil cosa sería conservarla, y aun mejorarla, en aquella bondad; pero si la traes mala, en trabajo te pondrá el enmendarla; que no es muy hacedero pasar de un extremo a otro. Yo no digo que sea imposible, pero téngolo por dificultoso.” (2, 22)

El conocimiento práctico, que se aplica a la vida cotidiana y los ámbitos privados, es fruto del buen entendimiento. Se sabe para vivir, para ser feliz. La sabiduría se pone en practica en la rutina de la vida diaria de ahí que los que mejor vivan sean los sabios, o mejor al revés: son sabios los que mejor viven.

-Calle, señor -replicó Sancho-; que a buena fe que si me doy a preguntar y a responder, que no acabe de aquí a mañana. Sí, que para preguntar necedades y responder disparates no he menester yo andar buscando ayuda de vecinos.

     -Más has dicho, Sancho, de lo que sabes -dijo don Quijote-; que hay algunos que se cansan en saber y averiguar cosas, que después de sabidas y averiguadas, no importan un ardite al entendimiento ni a la memoria.” (2, 22)

Tenemos aquí una reflexión muy interesante sobre la felicidad y el progreso humanos que es también central al planteamiento comunitarista que dice que las formas de relación tienen mucho que ver con el progreso. Luis Racionero (vid. El Progreso decadente, Espasa, 2000) certifica la incoherencia de la herencia del siglo XX que apunta al caos en medio de los más asombrosos adelantos de la ciencia. Ciertamente las relaciones humanas y la moral se han deteriorado en el siglo pasado mientras que la técnica ha innovado con profusión. La felicidad se busca porque se tiene la pesadumbre de no encontrarla y en los foros académicos indagamos (cfr.: Journal of Happiness Studies) las razones que motivan la búsqueda. En los medios de difusión podemos contraponer el famoso análisis de Robert Putnam, uno de los más prestigiosos comunitaristas norteamericanos, y Thad Williamson que lleva por título “Por qué no son felices los estadounidenses” (publicado en castellano en El País del 9, XI, 2000), con la reseña especial del The Economist en el número extraordinario de Navidad del 2001 en el que se da cuenta de una “Anthropology of happiness” mediante el estudio de la evidente felicidad de los pobres (en relación a la renta) inmigrantes filipinos en medio de la afluencia honkonesa. En todos estos trabajos el mensaje es nítido: el dinero no da la felicidad, la relación sí. Y este es un tema central en muchas de las grandes obras del siglo de los contrastes: desde La decadencia de Occidente de Spengler a La rebelión de las masas de Ortega, pasando por Huxley y su Un mundo feliz, por Galbraith y su La sociedad opulenta, o por Reisman y La muchedumbre solitaria. La lección es clara: o el conocimiento se aplica a la vida, y en concreto a las formas cotidianas de vida como la familia y otras relaciones, o no se entiende nada.

El tema central, por otra parte, de El Quijote es la misma realidad de la vida. Parece que la misión de la buena educación sea por un lado facilitar el acceso a la realidad y por otro proponer lo mejor como mejor de manera que esa realidad pueda transformarse para bien. Sabemos que el sino del hidalgo fue tropezarse con la primera de esas piedras y batallar toda una vida por discernir realidad de ficción:

-Ahora acabo de creer -dijo a este punto don Quijote- lo que otras muchas veces he creído: que estos encantadores que me persiguen no hacen sino ponerme las figuras como ellas son delante de los ojos, y luego me las mudan y truecan en las que ellos quieren. Real y verdaderamente os digo, señores que me oís, que a mí me pareció todo lo que aquí ha pasado que pasaba al pie de la letra: que Melisendra era Melisendra” (2, 26)

Hay aquí una lección importantísima para nuestro tiempo. Nunca antes hemos tenido menos claro quiénes somos, cuál es nuestra identidad, y dónde esta la delgada línea que separa lo real de lo virtual. En Nacidos para cambiar (Taurus, 2001), nuestro colega Enrique Gil se pregunta qué es lo que permanece de nosotros con el paso de los años en este frenesí de cambio sin rumbo; el mismo Manuel Castells, otro colega, acuña la expresión “virtualidad real” para subrayar la invasión de ficción en nuestras vidas que se rehacen y giran en torno a fabricaciones imaginarias de éxito comercial. Parece que la tarea que mejor encarna las exijencias de nuestro tiempo sea la del buen actor: debemos interpretar con visos de realismo sentido y transmitido el papel que se quiere obtener y vendemos no ya productos sino apariencias, estilos y enfoques. El peligro está en que, como advierte Cervantes, nos lo creamos y que nuestra vida sea esclava del papel que representamos y de la tarima que pisamos más que al revés, más que, como debe ser, la realidad cotidiana de nuestros afanes se enriquezca con los conocimientos que adquirimos.

Por eso, Alonso Quijano, en la lucidez del postrer momento manda alejarse a los suyos de la realidad virtual, de la fabricación inconsciente del cosmos en el que interactuamos con el resto de los mortales. Es como si todo el mensaje del libro sea remachar la importancia de lo cotidiano y no alimentar las ansias de escapismo de nadie, y menos de los más jóvenes:

-Ítem, es mi voluntad que si Antonia Quijana mi sobrina quisiere casarse, se case con hombre de quien primero se haya hecho información que no sabe qué cosas sean libros de caballerías; y en caso que se averiguare que lo sabe, y, con todo eso, mi sobrina quisiere casarse con él, y se casare, pierda todo lo que le he mandado, lo cual puedan mis albaceas distribuir en obras pías, a su voluntad.” (2, 74)

De la sana ambición de partir de lo cotidiano hemos de inferir las prioridades e imortancias de la vida que, como cabría esperar, se refieren a valores que trascienden la conveniencia personal. Uno sale en defensa de lo que le es propio más allá de uno mismo. Aquí, la visión cervantina, recuérdese que El Quijote se publica entre 1605 (primera parte) y 1615 (segunda) coincide con el tema que 20 años más tarde, en 1635, tratará Calderón en dos de sus obras emblemáticas: La vida es sueño y El gran teatro del mundo. En Calderón, como en Cervantes, el dibujo de la vida como representación esconde el peligro de no saber qué defender a la hora de la decisión. La consciencia de la realidad impele las sabias elecciones. En ellas, como vemos en el texto que citamos de seguido, se verá reflejado que los valores de la vida, por los cuáles merece la pena darla, trascienden la propia conveniencia.

Los varones prudentes, las repúblicas bien concertadas, por cuatro cosas han de tomar las armas y desenvainar las espadas, y poner a riesgo sus personas, vidas y haciendas; la primera, por defender la fe católica; la segunda, por defender su vida, que es de ley natural y divina; la tercera, en defensa de su honra, de su familia y hacienda; la cuarta, en servicio de su rey, en la guerra justa; y si le quisiéremos añadir la quinta (que se puede contar por segunda), es en defensa de su patria. A estas cinco causas, como capitales, se pueden agregar algunas otras que sean justas y razonables, y que obliguen a tomar las armas; pero tomarlas por niñerías y por cosas que antes son de risa y pasatiempo que de afrenta, parece que quien las toma carece de todo razonable discurso; cuanto más que el tomar venganza injusta (que justa no puede haber alguna que lo sea) va derechamente contra la santa ley que profesamos, en la cual se nos manda que hagamos bien a nuestros enemigos y que amemos a los que nos aborrecen; mandamiento que aunque parece algo dificultoso de cumplir, no lo es sino para aquellos que tienen menos de Dios que del mundo, y más de carne que de espíritu; porque Jesucristo, Dios y hombre verdadero, que nunca mintió, ni pudo ni puede mentir, siendo legislador nuestro, dijo que su yugo era suave y su carga liviana; y así, no nos había de mandar cosa que fuese imposible el cumplirla. Así que, mis señores, vuesas mercedes están obligados por leyes divinas y humanas a sosegarse.” (2, 27)

En lo que toca al buen gobierno y la dedicación a la cosa pública, el comunitarismo defiende el reconocimiento de soberanías múltiples y la capacidad de las familias, de las corporaciones locales, de las organizaciones civiles de base, de las iglesias e, incluso, de las comunidades virtuales, para autogestionarse y organizarse con libertad de decisión. El gobierno, deberá pues, fundamentalmente ejercer una tarea de contención vigilante y activa para no inmiscuirse en las competencias legítimas de las sociedades intermedias. Ello, hoy como ayer, requiere del gobernante acción más que omisión y la dedicación plena al ejercicio del servicio público:

es sólo para reyes y grandes señores. Así que ¡oh Sancho!, mudad de opinión, y cuando seáis gobernador, ocupaos en la caza y veréis como os vale un pan por ciento.

     -Eso no -respondió Sancho-: el buen gobernador, la pierna quebrada, y en casa. ¡Bueno sería que viniesen los negociantes a buscarle fatigados y él estuviese en el monte holgándose! ¡Así enhoramala andaría el gobierno! Mía fe, señor, la caza y los pasatiempos más han de ser para los holgazanes que para los gobernadores. En lo que yo pienso entretenerme es en jugar al triunfo envidado las pascuas, y a los bolos los domingos y fiestas; que esas cazas ni cazos no dicen con mi condición, ni hacen con mi conciencia.” (2, 34)

Como argumenta Amitai Etzioni (vid. La tercera vía hacia una buena sociedad, Trotta, 2001) el buen gobierno depende de que se mantenga el equilibrio entre esos tres ámbitos de iniciativa de la constitución social: estado, mercado y comunidad. El desequilibrio puede llegar las más de las veces por parte de quien detenta más fuerza, que habitualmente es el estado, mediante la intromisión bien en la esfera del mercado, bien en la esfera de la comunidad. Que el equilibrio se mantenga depende en gran medida de la discreción de los gobernantes y del ejercicio que éstos hagan de las virtudes del gobierno. Es de todo punto exigible, pues, que el gobernante sea virtuoso. Sobre las virtudes del buen gobernante don Quijote se explaya a sus anchas:

-Infinitas gracias doy al cielo, Sancho amigo, de que antes y primero que yo haya encontrado con alguna buena dicha, te haya salido a ti a recebir y a encontrar la buena ventura. Yo, que en mi buena suerte te tenía librada la paga de tus servicios, me veo en los principios de aventajarme, y tú, antes de tiempo, contra la ley del razonable discurso, te ves premiado de tus deseos. Otros cohechan, importunan, solicitan, madrugan, ruegan, porfían, y no alcanzan lo que pretenden; y llega otro, y sin saber cómo ni cómo no, se halla con el cargo y oficio que otros muchos pretendieron; y aquí entra y encaja bien el decir que hay buena y mala fortuna en las pretensiones. Tú, que para mí sin duda alguna, eres un porro, sin madrugar ni trasnochar, y sin hacer diligencia alguna, con solo el aliento, que te ha tocado de la andante caballería, sin más ni más te vees gobernador de una ínsula, como quien no dice nada. Todo esto digo ¡oh Sancho! para que no atribuyas a tus merecimientos la merced recebida, sino que des gracias al cielo, que dispone suavemente las cosas, y después las darás a la grandeza que en sí encierra la profesión de la caballería andante. Dispuesto, pues, el corazón a creer lo que te he dicho, está ¡oh hijo! atento a este tu Catón, que quiere aconsejarte y ser norte y guía que te encamine y saque a seguro puerto deste mar proceloso donde vas a engolfarte; que los oficios y grandes cargos no son otra cosa sino un golfo profundo de confusiones.

Primeramente ¡oh hijo!, has de temer a Dios; porque en el temerle esta la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada.

Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey; que si esto haces, vendrá a ser feos pies de la rueda de tu locura la consideración de haber guardado puercos en tu tierra.” (2, 42)

Los tiempos actuales son tiempos de replanteamiento para la ciencia política. Contrariamente a lo que se podía imaginar antes del 11 de Septiembre de 2001 cuando parecía que la política era cosa del ayer y que la utopía tecnocrática y la superproducción hacían innecesaria la intervención estatal y que el poder político pasaba a segundo plano, hoy, tras la globalización terrorista, la intervención del poder político se hace irreemplazable para el manejo de lo público. En tiempos de conflicto, la propuesta de sustitución de la política por la economía pierde verosimilitud. No sabemos si esto supondrá el fin del liberalismo clásico como fuerza que impulsa la cultura política, al menos en el mundo occidental, pero sí que estamos ante un replanteamineto de la función del estado y del gobierno. Los comunitaristas han planteado este asunto con decisión. En una publicación oficial comunitarista Seyla Benhabib (cfr. “Dismantling Leviathan: citizen and state in a global world”, The Responsive Community, vol 11,2,2001) arguye a favor del reconocimiento de la porosidad de los grupos humanos y de la reconceptualización de la identidad colectiva. A fin de cuentas estamos hablando de más política, más diversidad, más “megálogo” (neologismo etziniano que viene a significar diálogo sin fronteras), y, al mismo tiempo, menos estado y menos fronteras conceptuales que rindan a la posre a la gente esclava de su nacimiento. Cómo pueda esto vislumbrarse, dependerá de la virtud política por excelencia, es decir de la prudencia. Y sobre la prudencia y la flexibilidad del buen gobernante don Quijote tampoco nos deja a oscuras:

 “-Así es verdad -replicó don Quijote-; por lo cual los no de principios nobles deben acompañar la gravedad del cargo que ejercitan con una blanda suavidad que, guiada por la prudencia, los libre de la murmuración maliciosa, de quien no hay estado que se escape.

Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores; porque viendo que no te corres, ninguno se pondrá a correrte, y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio. Inumerables son aquellos que de baja estirpe nacidos, han subido a la suma dignidad pontificia e imperatoria; y desta verdad te pudiera traer tantos ejemplos, que te cansaran. Mira, Sancho: si tomas por medio a la virtud y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que los tienen de príncipes y señores; porque la sangre se hereda, y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale.

Siendo esto así, como lo es, que si acaso viniere a verte cuando estés en tu ínsula alguno de tus parientes no le deseches ni le afrentes; antes le has de acoger, agasajar y regalar; que con esto satisfarás al cielo que gusta que nadie se desprecie de lo que él hizo y corresponderás a lo que debes a la naturaleza bien concertada.

Si trujeres a tu mujer contigo (porque no es bien que los que asisten a gobiernos de mucho tiempo estén sin las propias), enséñala, doctrínala, y desbástala de su natural rudeza; porque todo lo que suele adquirir un gobernador discreto suele perder y derramar una mujer rústica y tonta.

Si acaso enviudares (cosa que puede suceder), y con el cargo mejorares de consorte, no la tomes tal, que te sirva de anzuelo y de caña de pescar, y del no quiero de tu capilla; porque en verdad te digo que de todo aquello que la mujer del juez recibiere ha de dar cuenta el marido en la residencia universal, donde pagara con el cuatro tanto en la muerte las partidas de que no se hubiere hecho cargo en la vida. Nunca te guíes por la ley del encaje, que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de agudos.

Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia, que las informaciones del rico.

Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre.

Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente; que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo.

Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia.

Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún tu enemigo, aparta las mientes de tu injuria, y ponlas en la verdad del caso.

No te ciegue la pasión propia en la causa ajena; que los yerros que en ella hicieres, las más veces serán sin remedio; y si le tuvieren, será a costa de tu crédito, y aún de tu hacienda.

Si alguna mujer hermosa veniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera de espacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros.

Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones.

Al culpado que cayere debajo de tu juridición considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente; porque aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia.

Si estos preceptos y estas reglas sigues, Sancho, serán luengos tus días, tu fama será eterna, tus premios colmados, tu felicidad indecible, casarás tus hijos como quisieres, títulos tendrán ellos y tus nietos, vivirás en paz y beneplácito de las gentes, y en los últimos pasos de la vida te alcanzará el de la muerte en vejez suave y madura, y cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros netezuelos. Esto que hasta aquí te he dicho son documentos que han de adornar tu alma; escucha ahora los que han de servir para adorno del cuerpo.” (2, 42)

Y de nuevo salen a relucir los límites del gobierno. Decíamos al inicio de este escrito que comunitarismo y liberalismo no se oponen frente a frente y de lo dicho hasta ahora se verá que hay algo en lo que coinciden que es la conveniencia de disminuir la impronta del gobierno en la vida social. Bien es verdad que ahí acaban las comparaciones y que el punto central del argumento comunitarista, que es el reconocimiento de terceros soberanos, no está reconocido por el credo liberal. En cualquier caso acuerdan unos y otros, que el protagonismo del gobernante debe de disminuir. En la tradición política cristiana, que de alguna manera ha sido reconocida por la Unión Europea, el rechazo del estado intervencionista y generador de iniciativas se ha reflejado en dos características que se predican del buen gobernante: que practique la subsidiaridad y que tenga espíritu de servicio.

La subsidiaridad reconoce que la iniciativa pertenece al pueblo y solo subsidiariamente al estado. El espíritu de servicio en la vida del gobernante se traduce en que el gobernante responde al pueblo al que sirve y que las necesidades a subvenir son primariamente, las de la gente y no las del estado. De nuevo encontramos en el texto cervantino un magnífico discurso en el que don Quijote glosa la buena práctica de quien entiende el gobierno como servicio al pueblo y, por tanto, practica la subsidiaridad:

«Para ganar la voluntad del pueblo que gobiernas, entre otras, has de hacer dos cosas: la una, ser bien criado con todos, aunque esto ya otra vez te lo he dicho; y la otra, procurar la abundancia de los mantenimientos; que no hay cosa que más fatigue el corazón de los pobres que la hambre y la carestía.

  «No hagas muchas pragmáticas; y si las hicieres, procura que sean buenas, y, sobre todo, que se guarden y cumplan; que las pragmáticas que no se guardan lo mismo es que si no lo fuesen; antes dan a entender que el príncipe que tuvo discreción y autoridad para hacerlas no tuvo valor para hacer que se guardasen; y las leyes que atemorizan y no se ejecutan, vienen a ser como la viga, rey de las ranas: que al principio las espantó, y con el tiempo, la menospreciaron y se subieron sobre ella.

«Sé padre de las virtudes y padrastro de los vicios. No seas siempre riguroso, ni siempre blando, y escoge el medio entre estos dos extremos; que en esto está el punto de la discreción. Visita las cárceles, las carnicerías y las plazas; que la presencia del gobernador en lugares tales es de mucha importancia: consuela a los presos, que esperan la brevedad de su despacho, es coco a los carniceros, que por entonces igualan los pesos, y es espantajo a las placeras, por la misma razón. No te muestres, aunque por ventura lo seas (lo cual yo no creo), codicioso, mujeriego, ni glotón; porque en sabiendo el pueblo y los que te tratan tu inclinación determinada, por allí te darán batería, hasta derribarte en el profundo de la perdición. Mira y remira, pasa y repasa los consejos y documentos que te di por escrito antes que de aquí partieses a tu gobierno, y verás como hallas en ellos, si los guardas, una ayuda de costa que te sobrelleve los trabajos y dificultades que a cada paso a los gobernadores se les ofrecen. Escribe a tus señores y muéstrateles agradecido; que la ingratitud es hija de la soberbia, y uno de los mayores pecados que se sabe, y la persona que es agradecida a los que bien le han hecho, da indicio que también lo será a Dios, que tantos bienes le hizo y de contino le hace.” (2, 51)

No podíamos acabar este viaje por la política del comunitarismo y del Quijote sin hacer referencia al mal que acecha y destruye la labor de todos los que entienden el servicio público como dirigismo, como menosprecio de la gente, que es la corrupción, mal que suele carcomer a la cultura política actual:

Si el gobernador sale rico de su gobierno, dicen dél que ha sido un ladrón; y si sale pobre, que ha sido un parapoco y un mentecato.

 -A buen seguro -respondió Sancho- que por esta vez antes me han de tener por tonto que por ladrón.” (2, 55).

5.- CONCLUSIÓN

Don Quijote de La Mancha es una novela con ideario comunitarista. El comunitarismo del Quijote está sustendado en torno al reconocimiento de cuatro excelencias sociales: la primera es que en los comportamientos privados es mejor la sobriedad que el dispendio y el afán de beneficio; la segunda, que en las relaciones sociales la igualdad y la consecuente unidad son superiores a la diversidad; la tercera, que en cuanto a la separación de roles, la responsabilidad personal en la asunción de deberes públicos es superior al reclamo anónimo de derechos; y la cuarta que en lo relacionado al gobierno, la contención y la liberalidad en su ejercicio son superiores a la concentración de poder y a la intromisión en otras áreas no estatales de soberanía.

En el camino para llegar a estos puntos de encuentro, el texto cervantino y la ideología comunitarista están a su vez de acuerdo en los siguientes asuntos: la jerarquía de los valores, la diacronía, la superación del materialismo y del individualismo, la defensa del humanismo, la educación como formación del carácter, la perseverancia en los compromisos de trascendencia pública, la racionalidad de los argumentos morales, la gratuidad, el entendimiento del progreso y del desarrollo humanos como la generalización de comportamientos virtuosos, la responsabilidad pública por las conductas privadas, la importancia de atenerse a la realidad de la vida, y el elogio de la prudencia y denuncia de la corrupción en la gestión pública.

Nos parece que tanto la propuesta de establecimiento de prioridades como los acuerdos apuntados son de una importancia capital para la sociedad y cultura modernas y en este sentido El Quijote es una obra actual, que coincide con muchas de las propuestas novedosas de interpretación social que hace el comunitarismo. Sin duda alguna su estudio y el homenaje que se le pueda hacer con ocasión del próximo cuatrocientos aniversario de su publicación será de gran utilidad para subsanar las lacras que el individualismo ha marcado en nuestra cultura.

Bibliografía básica:

Cervantes, Miguel, Don Quijote de la Mancha, texto y notas de Martín de Riquer, Juventud, 1968.

Etzioni, Amitai, The spirit of community; rigths, responsibilities and the communitarian agenda, Crown, 1993.

Etzioni, Amitai, La tercera vía hacia una buena sociedad; propuestas desde el comunitarismo, Trotta, 2001.

Larroque, Luis, La ideología y el humanismo de Cervantes, Biblioteca Nueva, 2001.

Tam, Henry, Progressive politics in the global age, Polity, 2001.

Fondos documentales:

www.gwu.edu/~ccps/ para los manifiestos, textos de The Responsive Community, debates, propuestas y actividades del Communitarian Network y de Amitai Etzioni.

http://cervantesvirtual.com/bib_autor/00000040.shtml para los trabajos críticos y la obra de Miguel de Cervantes.